sábado, 29 de septiembre de 2007

Escándalo en San Juan: Maestra hizo baile del caño en mástil de escuela

SAN JUAN.- Una docente de 34 años que se desempeña en una escuela de Divisadero, en esta provincia, podría ser sancionada por las autoridades por haber hecho el “baile del caño” en el mástil del colegio, durante los festejos por el Día del Estudiante. Según contaron los estudiantes y las propias autoridades del colegio, la docente realizó el baile tomándose del mástil del colegio, ante “la mirada de asombro de varios chicos y algunas maestras” que estaban presentes, de acuerdo con lo señalado en la edición de ayer por el diario El Zonda de esta provincia. También se señaló que en ese momento, los gritos y la música a muy alto volumen despertaron la atención de la directora del establecimiento, quien de acuerdo con lo señalado desde el Ministerio de Educación, se encontraba a pocos metros de allí, en su despacho. Cuando la directora salió al pequeño patio de la escuela se encontró con la escena aplaudida por varios jóvenes. (!!!) La docente involucrada en este episodio es soltera (!!!), y de acuerdo con lo señalado por las autoridades ministeriales, tendría un “leve problema psicológico”, por el que anteriormente se le había otorgado una licencia por enfermedad.

domingo, 16 de septiembre de 2007

martes, 11 de septiembre de 2007

LSD

Posología

Las propiedades farmacológicas de la LSD lindan con lo pasmoso. Una mota apenas visible produce lo que el psiquiatra W. A. Stoll definió como «experiencia de inimaginable intensidad». La dosis activa mínima en humanos es inferior a 0,001 miligramos por kilo de peso. La dosis letal no se ha alcanzado. Sabemos, sin embargo, que el margen de seguridad alzcanza por lo menos valores de 1 a 650, y que probablemente se extiende bastante más allá, cosa sin remoto paralelo en todo el campo psicofarmacológico. El factor de tolerancia no existe, pues quien pretenda mantener sus efectos con dosis sucesivas se hace totalmente insensible en una decena de días, incluso usando cantidades gigantescas. La metabolización acontece también en un tiempo récord (dos horas), comparada con la de cualquier otro compuesto psicoactivo; las constantes vitales no se ven prácticamente afectadas.

Para una persona que pese entre 50 y 70 kilos, una dosis de 0,02 miligramos (20 gammas o millonésimas de gramo) produce ya una notable estimulación y claridad de ideas, aunque no modificaciones sensoriales. La dosis estándar es de 0,10 miligramos (100 gammas), y prolonga su acción entre 6 y 8 horas, desplegando ya algunos efectos visionarios. A partir de 0,30 miligramos (300 gammas) comienzan las dosis altas, que pueden prolongar su acción 10 o 12 horas.

Efectos subjetivos

Los efectos subjetivos se parecen a los de la mescalina, si bien son taodavía más puros o desprovistos de contacto con una intoxicación en general. No se siente nada corpóreo que acompañe a la ebriedad, al contrario de lo que acontece -en distintos grados- con cualquier otra droga. El pensamiento y los sentidos se potencian hasta lo inimaginable, pero no hay cosa semejante a picores, sequedad de boca, dificultades para coordinar el movimiento, rigidez muscular, lasitud física, excitación, somnolencia, etc. Frontera entre lo material y lo mental, el salto cuántico en cantidades activas representado por la LSD implica que comienza y termina con el espíritu; como sugirió el poeta H. Michaux "... el riesgo es desperdiciar el alma, y la esperanza ensanchar sus confines..."

Aunque no lleguen a ser cualitativas, hay considerables diferencias entre dosis medias y altas, superiores a las existentes entre dosis altas y muy altas. La excursión psíquica, que en dosis leves y medias es contemplada a cierta distancia, se convierte en algo envolvente y mucho más denso con cantidades superiores. Las visiones siguen siendo tales - y no alucinaciones-, ya que se conserva la memoria de estar bajo un estado inusual de conciencia, y la capacidad de recuerdo ulterior. Sin embargo, ahora arrastran a compromisos inaplazables ante uno mismo con un desnudamiento de los temores más arraigados, dentro de un trance que del principio al fin desarma por esencial veracidad. Balsámica o inquietante, la luz está ahí para quedarse, iluminando lo que siempre quisimos ver- sin conseguirlo del todo- y también lo que siempre quisimos no ver, lo pasado por alto.

Esto no quiere decir que las experiencias carezcan de un tono general más glorioso o más tenebroso, sino tan sólo que esas dimensiones nunca resultan disociables por completo. A mi jucio, las experiencias más fructíferas son aquellas donde se recorre la secuencia extática entera, tal como aparece en descripciones antiguas y modernas. Por este trance entiendo una primera fase de «vuelo» (subida es el término secularizado), que recorre paisajes asombrosos sin parar largamente en ninguno- viéndose el sujeto desde fuera y desde dentro a la vez-, seguida de una segunda fase que es en esencia lo descrito como pequeña muerte, donde el sujeto empieza temiendo volverse loco para acabar reconociendo después el temor a la propia finitud, que una vez asumido se convierte en sentimiento de profunda liberación. Es algo parecido a cambiar la piel entera, que algunos llaman hoy acceso a esferas transpersonales del ánimo.

Bajo diversas formas, he atravesado esa secuencia en cuatro o cinco ocasiones. La primera vez, hace más de dos décadas, sobrevino tras la necedad de tomar LSD para soportar mejor una velada con gente aburrida, y la última -hace pocos años- se produjo con una dosis alta del fármaco, quizá algo superior a las 1.000 gammas. La inicial selló el tránsito de juventud a primera madurez, y la última marcó una aceptación del otoño vital. En realidad, fueron trances tan duros que no percibí entonces su aspecto positivo o liberador; sólo en experiencias ulteriores, de maravillosa plenitud, comprendí que con el recorrido por lo temible había pagado de alguna manera mis deudas, al menos en medida bastante como para acceder sin hipoteca a estados de altura.

Si tuviera que matizar la diferencia entre LSD y otros visionarios de gran potencia, diría que ninguno es más radiante, más nítido y directo en el acceso a profundidades del sentido. Eso mismo le presta una cualidad implacable o despiadada, que no se aviene al fraude y ni tan siquiera a formas suaves de hipocresía, apto tan sólo para quienes buscan lo verdadero a cualquier precio. Y diría también que para ellos guarda satisfacciones inefables. La amistad, el amor carnal, la reflexión, el contacto con la naturaleza, la creatividad del espíritu, pueden abrirse en universos apenas presentidos, infinitos por sí mismos. Como dijo Plutarco, tras iniciarse en los Misterios de Eleusis: «Uno es recibido en regiones y praderas puras, con las voces, las danzas, la majestad de las formas y los sonidos sagrados».

Principales usos

A fin de decidir sobre usos sensatos e insensatos, lo primero es tener presente que «las formas y los sonidos sagrados» -según el mismo Plutarco- vienen luego (o antes) del «estremecimiento y el espanto». Si la LSD consistiera solamente en tener delante de los ojos bonitos juegos calidoscópicos, viendo cómo los colores se convierten en sonidos y viceversa, gozaría sin duda de gran aceptación como pasatiempo físicamente inocuo. Pero los cambios sensoriales se ven acompañados de una profundización descomunal en el ánimo, que empieza borrando del mapa cualquier servidumbre con respecto a pasatiempos. Se trata, pues, de televisores que no requieren aparato, y de grandiosos cuadros que no requieren luz para ser contemplados; pero no de visiones que se muevan oprimiendo el botón de canales, o que no comprometan radicalmente en un viaje de autodescubrimiento.

Llamativo resulta que ese viaje de autodescubrimiento lleve pronto o tarde a la crisis del yo inmediato, haciendo que el sí mismo se amplíe a regiones antes desocupadas, y abandone otras consideraciones como patria original. Precisamente esta capacidad de reorganización interna determinó los principales usos médicos de la LSD mientras fue legal. Herramienta privilegiada para acceder a material reprimido u olvidado, la sustancia se usó con «éxito» -según psiquiatras y psicólogos- en unos 35.000 historiales de personas con distintos trastornos de personalidad, sin que los casos de empeoramiento o tentativa de suicidio superasen los márgenes medios observados con cualquier otra psicoterapia. También se observaron sorprendentes efectos en el tratamiento de agonizantes, pues el 75 por 100 de los enfermos terminales a quienes se administró pidió repetir, y el personal hospitalario pudo detectar grandes mejoras en cuanto a llanto, gritos y horas de sueño se refiere; de hecho, resultó mucho más eficaz para aliviar sus últimos días que varios narcóticos sintéticos usados como término de comparación.

A mi juicio, no hay duda alguna de que la LSD tiene un potencial introspectivo quizá inigualable, y que posee usos estrictamente médicos de gran interés. Como penúltima cuestión resta saber hasta qué punto es también una droga para festejar, en reuniones que excedan el marco de grupos muy restringidos.

Al revés de lo que sucede con casi cualquier droga, la dosis leve de LSD no es más segura o recomendable que la media, e incluso que la alta. Dosis leves seguirán prolongando su efecto durante seis o siete horas, y sugiriendo una excursión psíquica profunda, pero ponen al viajero en la tesitura de quien debe auparse para mirar al otro lado de un muro, en vez de sentarle sobre el muro mismo, con todo el horizonte a su disposición. Tener que auparse suscita a veces desasosiego, así como vacilación entre lo rutinario y lo extraordinario, pensando que el viaje ha concluido antes de tiempo, o no va a acontecer. Estos inconvenientes no los padece quien va sobrado de dosis, porque el caudal de sensaciones y emociones le sugiere digerir por dentro sus descubrimientos. Si dosis leves producen una estimulación psiquedélica, dosis medias y altas convierten ese estoy-no estoy en una realidad psiquedélica, que tiene sus propios antídotos para las dudas.

Me parece un buen ejemplo de infradosis con LSD el de una mujer joven y grande, que tomó 100 gammas en una playa, para pasar allí la noche con un grupo de amigos. Inquieta, en parte por la persistencia de lo habitual, horas después decidió volver a su casa, sola, y puso en marcha una cadena de peligrosos disparates. Condujo 20 retorcidos kilómetros, asaltada de cuando en cuando por distorsiones perceptivas, comprendió que seguía viajando, fue a una discoteca -donde se sintió aún más sola- y tras varias peripecias (entre ellas una violación fustrada) acabó saludando la salida del sol con lágrimas de arrepentimiento. Empleando una dosis de 200 gammas no habría pensado siquiera en coger el coche.

BIBLIOGRAFÍA

ESCOHOTADO, A. Historia General de las Drogas. Pág. 1333-1342. Ed. Espasa, 2005

*Nota: Quien sea inteligente sabrá ver la relación entre este y el post anterior...

sábado, 8 de septiembre de 2007

Este espacio es, verdaderamente, para mi....

No quiero mirar más, a atras. No me hace bien. Quiero avanzar, o me enseñaste el bien, de tu manjar. O me olvidé, otra vez, de como es que hay, que hacer para pensar, o ¡ como mierda hay que hacer... para olvidar "aquello que nunca fué", pero fue tan real....
Te amo tanto, puta. Soy tan poco sin vos, que me odio y vos sos tanto, tanto sin mi... que me odio.

Se casó el enano...

sábado, 21 de julio de 2007

Que lo parió !

EFEDRINA

martes, 10 de julio de 2007

AYER NEVO EN BUENOS AIRES

Lloraría

por Sergio Bizzio

¡Por el vasto territorio de la manija, marchemos! ¡Por los radios de lo que es liso, por la espiral de los que no serán hombres ni aunque los castren, marchemos, marcianos!

¡…!

¿La verdad? No quiero escribir más. (No vivo). ¡Lo bien que haría!

¿Pasarme el día encerrado escribiendo, riéndome de a ratos como un loco, encerrado como un loco, solo como un loco?

¡Si me va tan bien cada vez que salgo!

La gente es feliz “por momentos” y con “pequeñas cosas cotidianas”. ¿No es para llorar? Les das algo y te agradecen, les das más y hacen silencio. El mismo desconcierto siento yo cuando pienso en el tiempo que pasé escribiendo.

¡Y lo poco que guarda uno! ¿Ven esa montaña? Es lo que escribí. Al pie de la montaña hay un hombre. Soy yo. Es lo único que queda.

Y eso que yo era un niño quemado por el cielo (¡marchemos!), brillante de vanidad…

(No es para llorar pero lloraría).

Lloraría por el tiempo que pasé escribiendo. A los gritos, cubriéndome la cara, en medio del living, en tu baño, en un baño cualquiera, en el asiento reclinado del auto de un amigo -si es que se acuerda de mí, si es que me lleva- lloraría, lloraría como un hongo, como un remo, como un vidrio.

Lloraría acostado, dormido, pálido, inactivo. Pero me levanto y escribo. Pongo un pie en el suelo y voy y escribo.

La gente sale a buscar trabajo, a comer, a bailar, a gastar, a ver un eclipse mientras yo escribo. Mi hijo juega solo mientras escribo. Mientras escribo se encuentran los amigos, se hacen negocios, política, dinero, sexo, trampas, guerras, matrimonios, puentes, atentados, juicios, “relaciones”. ¿Qué es lo que no se hace mientras escribo? ¿Qué es lo que se hace aparte de no escribir? Lloraría y lloraría y lloraría, cómo que no. Lloraría por lo que perdí (¿vos no?) pero más por lo que evité. ¿Por qué lo perdí, por qué lo evité? ¿Qué estaba haciendo? ¡Escribía!

Ahora mismo, en lugar de llorar, escribo. Pero llorar no es lo mismo que llorar. (¡Ya ni escribir es lo mismo que escribir!) Escribo en lugar de cualquier otra cosa. Escribo en lugar de todo menos de…

También voy a comprar pescado para la cena. El vendedor pone los filetes en una bolsita de nylon y, mientras la hace girar en sus manos enguantadas, me pregunta si quiero algo más –“¿Algo más?”-, lo pregunta tan amablemente que lloraría.

¡Eh, no! Sí, también. También lloraría por eso. Lloraría por las palabras compuestas -superhéroe, ciberespacio- ¿cómo no voy a llorar por la amabilidad?

Lloraría cuando bebo (pero no lloro). Descorcho una botella “con frialdad calculada”, es cierto, pero cualquier otra cosa que diga sería exagerar. Qué feo es no ver, no saber ¡y encima exagerar y no beber!

—¿Por qué te vas? —¿Holá? —¿Por qué? —¿Por qué qué? —¿Por qué te vas? —Porque no como desde temprano: estoy muerta de hambre. —¿Me cortás para ir a comer con otro? —¡Voy a comer con una amiga! (Siempre hay una china en la gran llanura de la excusa).

¿Lloraría? Y, sí. Lloraría por la que está, por la que no está, por la que estuvo, por el que fui cuando estuvo y por el que no seré con la que no estará.

¡Marchemos!

¿Llueve? Llovizna. Lloraría.

Me hace llorar la luz, pero igual lloraría. Lloraría siempre, pero también a veces. ¡Qué lastima me da! Matan a un joven y veo una foto de su madre llorando. Lloraría con ella. Un chico me pide una moneda. Lloraría. Una anciana cruza la avenida con pasitos de hormiga. Lloraría.

Leo la frase “un provocador de la política posmoderna” y lloraría. Lloraría cuando leo que “una invasión de bibliotecarios disparó las ventas”. Lloraría cuando leo en el diario el título “tres para soñar”, o “una mirada sin prejuicios”, o “el destino de occidente”.

Cuando se apuesta a la claridad o a la oscuridad, cuando es diferente pero igual también: lloraría.

¿Te agredo? Lloraría. ¿Te hago falta? Lloraría. ¿Llorás? Lloraría. ¿Me querés? Sí, te juro: lloraría.

-Papi ¿los bebés piensan? (Digo que sí con la cabeza). -¿Y entonces por qué ese bebé llora en vez de pensar?

¿Lloraría de qué? ¿De tristeza, de furia, de amor, de arisco, de miedo, de enfermo, de genio, de vivo, de muerto, helado y ardiente, rabiosamente, verdaderamente, lloraría mentalmente?

¿Y con qué? ¿Con los ojos, el alma, los dedos, el paso, la obra, la voz, la ropa, con qué marcharía?

¿Y por qué? ¿Y por qué, si escribo, lloraría? ¿Y si ya no escribo?

¿Y si son los otros los que no escriben más? No quiero que ella sea algún día una señora que de joven publicó una novela. ¡No! Quiero que sepa, que sienta, que siga. (Saber, sensibilidad y continuidad). Pero si yo no estoy no está mi fe. ¿Y quién es ella? ¡No sé, qué se yo, la Mujer! ¿Lloraría?

Ay, mi Dios, qué difícil: a veces, sin quererlo…

Noto, por ejemplo, que no considero llorar de risa (de la risa) ni reirme de dolor o de tristeza. ¿Por qué? ¡Porque no! ¿Qué tiene la tristeza que dé risa? No sé los otros, pero yo no me reiría de la tristeza y mucho menos hasta llorar. ¿Me reiría de un hombre que medita? No. Y tampoco de quien descree de lo que piensa. (Todo lo contrario: si tuviera manos aplaudiría). Puedo reirme de mi tristeza, de mis aplausos, pero no de la tristeza de los demás. (aunque sí de sus aplausos). Supongo que eso es algo que “no se me da”, de la misma forma en que no se me da la esgrima. Si se me diera lloraría. Lloraría por las cosas que se me dan. Lloraría por las cosas que no se les dan a los demás: talento y alimento, principalmente. Lloraría (de emoción, esta vez) por el talento, pero también por las zanjas, los atajos y la interminable espiral de lo menor.

El otro día, sin ir más lejos, una chica, en la calle, me preguntó: -¿Vos no sos Bizzio? Dije que no con la cabeza y terminé en su casa. Me había leído bien, pero yo fumé y me fui: empezó a hablar de cine. Todos los enemigos del arte están en la Industria, dijo. ¿Lloraría por un vendedor de penicilina adulterada? ¿Y por la chica chica que buscaba impresionarme? Pienso en ella y lloraría: se desprendió un botón de la camisa, mi lectora con ojos de almendra bañada en miel se desprendió un botón de la camisa y dijo, dijo, dijo. Yo escuchaba lo que ella misma no oía.

Lloraría por los que suben el sonido y enseguida lo bajan. Lloraría por la gente que ve tres globos y una luz y va. Lloraría por los que creen que lo que molesta es la ropa.

Es peor estrellarse contra la nada que contra el dolor. De eso no hay duda. Así que lloraría por la timidez del tímido, pero también por la ilusión del iluso. Lloraría por los que tienen miedo. Yo mismo tengo miedo.

“No pensé (pensé, pero no sirvió), “no escribí (escribí, pero me esforcé), “no amé (amé, pero aquí estoy), “no fui siempre justo, ni honesto, ni bueno, ni responsable, y ni hablar de cosas como la tolerancia o la humildad”. ¡Lloraría!

¿Lloro? Quién sabe…

Lloraría, pero escribo. La pregunta “¿Por qué escribir?” se ha mejorado a sí misma en su doblez: “¿Por qué volver a escribir?”

—Volvé, volvé, por favor, vení…

Son las tres de la mañana aunque el reloj indica que es mucho más… Amanece. Escribí. No lloré. Y con la misma suficiencia, con la misma dudosa soberbia, amigos (chicos), amanece.

Oración

de Émile Michel Cioran Señor, dame la facultad de no rezar jamás, líbrame de la insanía de toda adoración, aleja de mí esa tentación de amor que me entregaría para siempre a Ti. ¡Que el vacío se extienda entre mi corazón y el cielo! No deseo ver mis desiertos poblados con Tu presencia, mis noches tiranizadas con Tu luz, mis Siberias fundidas bajo Tu sol. Más solitario que Tú, quiero mis manos puras, a diferencia de las tuyas, que se ensuciaron para siempre al modelar la tierra y al mezclarse en los asuntos del mundo. No pido a Tu Estúpida Omnipotencia más que respeto para mi soledad y mis tormentos. No tengo nada que hacer con tus palabras; y temo la locura que me las haría escuchar. Dispénsame el milagro recoleto de antes del primer instante, la paz que Tú no pudiste tolerar y que te incitó a labrar una brecha en la nada para inaugurar esta feria de los tiempos, y para condenar así al universo, a la humillación y la vergüenza de existir. Extraído de http://milanesaconpapas.blogspot.com el blog de Gustavo Nielsen (Gracias por esto morocha....)

lunes, 9 de julio de 2007

El Niño Azul

lunes, 11 de junio de 2007

Las instituciones y el hambre

Por José Pablo Feinmann

Hará unos días fui a un coloquio. Eran las 12.30 y ésa no es mi mejor hora. Había mucha gente y volví a insistir con la cuestión del hambre en el país. Estamos sentados sobre el hambre. Dormimos sobre el hambre. Y lo peor: comemos sobre el hambre. Y aún peor: nos acostumbramos al hambre. Es un paisaje cotidiano. Los guías de turismo llevan a los turistas a Puerto Madero y les muestran las torres. ¡Qué ciudad Buenos Aires! Busca el Cielo como lo buscó Nueva York. Las Torres arañan las alturas, los hambrientos arañan los basurales para encontrar algo para comer. Es indecente. Dije, entonces, en ese coloquio: “Si hay guita para los pobres, no me importan tanto las instituciones”. Era una frase densa, cargada de historicidad, ya lo veremos. Al día siguiente, una agencia de noticias dijo: “El filósofo kirchnerista José Pablo Feinmann dijo”. Y aquí: mi frase. Conozco todo tipo de filósofos. Hay filósofos tomistas. Hay filósofos kantianos o hegelianos. Hay filósofos marxistas, cada vez menos dados los tiempos de derecha o ultraderecha que vivimos. Hay filósofos fenomenólogicos. O sartreanos. O foucaultianos. O derrideanos. Hay apasionados de Wittgenstein. O de Heidegger, que es la barrera contra el marxismo. Pero, ¿filósofos kirchneristas? Seamos sinceros, lo que el cable quería decir era lo siguiente: yo era filósofo y, también, era políticamente kirchnerista. Cuánta pavada se escribe. ¿Por qué era yo “kirchnerista”? Porque había “atacado a las instituciones”. Todos sabemos que, desde el periodismo radial, o desde el periodismo escrito (algunos de cuyos representantes se han transformado en “mártires de la prensa libre” porque los echaron de alguna parte o en columnistas de un diario al que nunca habrían accedido si no escribieran notas que afirman que con Menem estábamos mejor o columnistas prestigiosos que se obstinan en la “defensa de la República”) se acusa a Kirchner de ser el maltratador o, sin más, el enemigo declarado de la República. Esta gente sabe lo que hace. Mienten porque no han defendido a la República. Esto no es hacer política con el pasado. Pero cada cual carga con su pasado. El pasado de un hombre es la suma de los actos que ha hecho. Esa es su facticidad: no puede negarla. El es lo que ha hecho. Ahora, en el presente, puede ser otra cosa porque es libre. Pero nadie puede borrar su pasado. Las tribunas desde las que se acusa a este gobierno de violar las instituciones de la República las han violado siempre. A Yrigoyen lo voltearon por “demagogo” y “enemigo de las instituciones”. A Perón ni hablar: era la negación del espíritu republicano. A Illia, porque era tan débil que hacía peligrar las instituciones. A Cámpora, porque lo apoyaba la izquierda revolucionaria que, en efecto, se desentendía de las instituciones porque eran expresión del poder burgués. Y a Isabel Perón porque no sabía gobernar la república, que corría el peligro de su destrucción material y moral. El golpe a Chávez se organizó así: defensa de las instituciones, más medios de comunicación altisonantes, más ayuda de la Embajada de los Estados Unidos y el Departamento de Estado. Chávez eludió el zarpazo. Hay un viejo chiste que dice: “¿Sabe usted por qué no hay golpes de Estado en EE.UU.? Porque no hay embajada norteamericana”. De modo que toda esta cuestión del republicanismo y las instituciones me huele a cinismo por un lado (los que la exigen jamás han sido republicanos y se han encargado de derrocar a las instituciones en numerosos golpes de Estado) y están preparando la atmósfera ideológica para una aventura como la que le hicieron a Chávez en Venezuela. Porque es cierto que Kirchner se ve hegemónico y que hipergobierna y trata mal a ciertas personas. Pero sobre todo a los suyos. ¿Que no hace conferencias de prensa ni reuniones de gabinete? Hay cosas más importantes que exigirle.

Los pocos, muy pocos gobiernos, que le dieron algo al pueblo en este país fueron personalistas y autoritarios. Rosas, en el siglo XIX. Sus enemigos, los cultos y elegantes liberales o unitarios, destilaban tal desdén por las clases bajas que ese desdén no era sólo eso, era más que eso: era odio y era, sobre todo, el aliento de la venganza, la espera de la oportunidad. El pueblo, escribe Mármol en Amalia, llevaba “estampado en su fisonomía el repugnante sello de la insolencia plebeya”. Daniel Bello le dice a Amalia que enfrentará a sus enemigos: “A la fuerza yo opondré la astucia, y trataré de extraviar el instinto de la bestia con la inteligencia del hombre”. Odian a Rosas porque ataca “la nobleza de la República”. Y dicen que el tirano ofende más a las mujeres que a los hombres porque éstas tienen el valor de oponerse a “los enojos del tirano y de la plebe armada e insolentada por él”. Supongo que nadie creerá que defiendo a la Mazorca. (¿Para qué escribe uno tantos libros? Si usted, querido republicano, quiere refutarme, lea, al menos, La sangre derramada y verá qué opino de la Mazorca. Pero aquí se lo juzga a uno por una frase suelta en un coloquio, arrancada de su contexto y no por su obra. O por un copete que aparece en un semanario.)

Rosas defendió a los negros, a los gauchos y a los indios. Deterioró las instituciones y los unitarios tuvieron que exiliarse. Mármol y Sarmiento escriben las frases más racistas de la historia argentina. La cuestión es compleja: uno no puede estar con Rosas, pero les dio de comer a las clases bajas (al popolo minuto) y les permitió “ensoberbecerse”, frase de Mármol. Es decir, les permitió sentirse “iguales” a los dueños de la tierra y de la patria.

Perón, muy parecido: con un esquema autoritario, verticalista, agresivo. Con una mujer que destilaba rencor y amaba a los “grasitas”, le dio al pueblo lo que nunca había tenido y lo que nunca jamás habría de tener. Una de sus estadísticas injuria como pocas el espíritu de la República: nunca fue tan alta la distribución del ingreso en favor de los pobres. Es cierto, debilitó las instituciones. Pareciera que para tocar los intereses de los poderosos y hacerles largar algo de su opulencia para el lado del barro, donde los miserables viven, hay que tocar sus intereses, molestarlos, aunque sea, un poco. Nunca mucho. Porque nadie, en esta tierra se atrevió a agredirlos seriamente, ni Rosas ni Perón. También Mariano Moreno tenía escasa consideración por las instituciones y la República. Gobernó con un Ejecutivo fuerte y estrecho. Lean, si no lo han leído, su Plan de operaciones. Quería embargar las grandes fortunas. Poner al Estado en el centro de la Economía. Hacer la guerra a quienes se opusieran a su jacobinismo sin burguesía revolucionaria. Su Ejecutivo restringido lo llevó a no contar con un poder de masas y terminó sirviendo a Buenos Aires. No lo envenenaron. Era amigo de Inglaterra y Saavedra no tenía coraje ni imaginación como para complicarse con semejante acto.

Como vemos, hasta ahora, los gobiernos que le dieron algo al bajo pueblo fueron autoritarios. Y los que no le dieron nada, también. Y peor. Mató más la “Libertadora” que Perón. Mató más Urquiza y los asesinos de la “guerra de policía” de Mitre (inspirada por las acciones del Mariscal Bougeaud en Argelia), Ambosio Sandes, Wenceslao Paunero y el mayor Irrazábal, que Rosas. Mató más Roca (que, él sí, fue nuestro Bougeaud) que la Mazorca. Pero la Mazorca mataba niños bien; Roca, indios levantiscos. No es lo mismo para la salud de la República.

No soporto vivir en un país ni en un mundo con hambre. Y somos muchos. En Africa Central la desnutrición es pavorosa, total. Hay fotos de niños que son apenas piel y huesos. Según Unicef un 55 por ciento de las muertes de niños es por desnutrición. He visto –como fácilmente se puede ver– fotos de niños revolviendo basurales en busca de restos de comida y, volando sobre ellos, a la espera, cuervos, ya que para esos cuervos la basura son esos niños. En EE.UU. miles, miles y miles de niños y jóvenes mueren por consumo de drogas. Giuliani limpió Nueva York metiendo el crack entre los negros y los “indeseables”. Arrasó con ellos. EE.UU. es el mayor consumidor de drogas y cocaína. EE.UU. es un país autoritario, paranoico, vigila a su población como la peor de las dictaduras. Se acabó la novela rosa de la “gran democracia del norte”. Y aquí, en nuestro país, el panorama es también desolador. Torres opulentas para los ricos, desamparo y hambre para los pobres. ¿Qué espera K? ¿Qué espera el Congreso? ¿Qué esperamos todos? El “gradualismo” no sirve para paliar el hambre, porque el hambre es hoy, es ahora. Es hoy que se mueren los chicos. O que se drogan. O que salen a matar por dos pesos y terminan muertos por la cana, que los odia por la cara que tienen, porque son negritos, o bolitas, o paraguas, esos nombres de la indefensión y de la xenofobia. El Gobierno tiene que tocar intereses. Y si para tocar intereses y alimentar a los hambrientos tiene que endurecerse, el costo lo vale. Eso quise decir en ese coloquio. Acaso esté equivocado. Pero si esa equivocación sirve para salvar la vida de un pibe, o sacar a una niña de la prostitución, que es escandalosa (averigüen, si todavía no lo han hecho, las cifras de la prostitución infantil en América latina y me van a entender mejor, averiguen las cifras de la prostitución infantil en el conurbano), prefiero equivocarme. Primero, el hambre; después (o al mismo tiempo), la República. Pero una República con hambre es una farsa. O lo de siempre: una República para los ricos, y un territorio cenagoso para los subalternos, una tierra turbia y escasa, que alimenta el odio, el hartazgo. Y, para colmo, como en Francia, ha ganado en Buenos Aires la derecha que privilegia la seguridad de los pudientes por sobre el hambre de la negritud, a la que mira con resquemor porque ve en ella más al delincuente que al ciudadano. Cuidado: puede ocurrir que el pueblo bajo no aguante más. Que inunde la centralidad opulenta. Que, ustedes, que aman la república sin equidad, tengan que matar, transformarse en bárbaros más bárbaros que los bárbaros. Porque al hambre se lo colma o se lo fusila. Y si lo fusilan van a tener que volver a sus casas y decirles a sus hijos, que preguntarán, que ahora, además de ser sus padres, además de ser republicanos y velar por las instituciones, son asesinos.

martes, 20 de marzo de 2007

Una multipolaridad nuclear preapocalíptica

Por José Pablo Feinmann

El título que acaban de leer lo puse porque creo que es real. Que lo que dice está pasando. También lo puse pensando en el recientemente ido de este mundo Jean Baudrillard, que solía visitarnos y todos lo iban a escuchar y el hombre decía genialidades como “la guerra del Golfo no ha tenido lugar”, una banalidad basada –más o menos– en que no la habíamos visto por televisión. Hace poco, leyendo sus necrológicas, todas muy informadas, me enteré de que había dicho, sobre el asunto de las Torres Gemelas, que ése, el de las Torres, había sido “un evento absoluto” y otra vez todo el mundo se pone a decir eso: “evento” absoluto. “Evento” es una palabra que inventó Heidegger y la copiaron (usando sobre todo su sinónimo “acontecimiento”) Foucault, Deleuze, Badiou y, por supuesto, Baudrillard. La cuestión me puso pensativo. Me pregunté: ¿y si invento alguna fórmula, algún verso baudrillardiano sobre el caos que es hoy la historia? Y ya está: inventé el título de esta nota. Es un poco largo. O no tanto: la frase del francés sobre la guerra del Golfo lo que se dice “corta” no es. Por ahí, me dije, paso a la historia como Baudrillard. Y en mis necrológicas –o, al menos, en una, porque una, supongo, habrá– se dice: “Había definido la temporalidad histórica de la primera década del siglo XXI” (y aquí viene) “como ‘una multipolaridad nuclear preapocalíptica’”. Y, ahí, desde algún lugar del Cielo o del Infierno, sonrío y le digo a Baudrillard: “¿Viste? Y eso que nunca fui francés”.

Alguien dirá: ¿éste pone ese título espantoso y encima se lo toma en broma? (También puede decirse “en joda”, que da TVVómito.) ¿Y cómo quieren que se tome la vida alguien que cree, en serio, eso: que vivimos una “multipolaridad nuclear preapocalíptica”? Miren: Irán ya es la novena potencia nuclear. Al frente de Irán está su líder, Mahmoud Ahmadinejad, que, es cierto, tiene un nombre difícil y, en una nota reciente, la escritora Alicia Dujovne Ortiz se quejó de esa circunstancia, de ese nombre del líder iraní, que para ella, dijo, era impronunciable, algo que me pareció un poco racista, dado que para un iraní no ha de ser difícil decir “Ahmadinejad” y debe ser imposible decir “Dujovne Ortiz”. El líder iraní, decía, no parece muy confiable. Puede tener el nombre que quiera, uno no va a quejarse por eso, pero hacer un simposio o congreso para demostrar que el Holocausto “no ha tenido lugar”, algo que ni Baudrillard se animó a decir, me parece una perrada, tiene como un tufillo nazi que lo lleva a uno a pensar que el hombre ha de amar los extremos, la ultraderecha, por ejemplo, o la ultraizquierda, se me ocurre, pero muy cuerdo no está, y si no está muy cuerdo es peligroso que esté al frente de una potencia nuclear, tal como está otro que, para mayor horror de la historia que vivimos, está más loco que él, que Ahmadinejad, y se llama, adivinaron, George Bush, que está terriblemente preocupado por los chinos, como todo el Occidente capitalista. Aquí, usted como yo, se preguntará: ¿no debieran estar contentos? ¿No acaba China de reconocer, por ley del Estado, la propiedad privada? ¿Saben ustedes qué decía Hegel de la propiedad privada? Decía: “Es la expresión objetiva de la libertad subjetiva”. O sea, que uno, por más que sea libre “subjetivamente”, si no tiene una casa, un auto, un perro, una cortadora de césped y un revólver para cuidar todo eso no es “objetivamente libre”. Vean si no será importante lo que acaban de hacer los chinos: le dieron la libertad “objetiva” a su pueblo. Sin embargo, Occidente está preocupado. Ni siquiera salió una nota de Vargas Llosa festejando la medida, diciendo que los chinos no practican el “idiotismo” latinoamericano. Les tienen miedo a los chinos. Dieron, se dice, otro paso hacia la “economía de mercado”, que, quién no lo sabe, es la panacea, el bálsamo de este sufriente universo. Pero, igual, no hay caso: les tienen miedo a los chinos. Occidente, digo. Todo Occidente. Salió a decirlo Donald Rumsfeld, el zorro de Irak. Que los chinos crecen militarmente en la modalidad del exceso. No dijo que en esa modalidad sólo puede crecer Estados Unidos, pero para qué iba a decirlo si todo el mundo lo sabe y lo acepta. Lo acepta pero lo imita. De donde nos acercamos a mi título espectacular: están todos armándose nuclearmente. Los chinos declararon que su presupuesto militar es de 40.000 millones de dólares. Pero los expertos de Bush le deterioraron, con esta noticia, dos hoyos de un partido de tenis: “Es mentira –le dijeron–. Es de 100.000 millones. Y ya tienen un Programa Espacial”. Bush llamó a Blair, quien lo consoló con su habitual, encantadora sonrisa: “No te preocupes, Georgie. ¿Qué te pareció Hellen Mirren haciendo de reina nuestra? ¿No está adorable?” Bush lo llamó en seguida a Chirac. Le dijo que Occidente corre peligro. Y Chirac, calmándolo le dijo: “Por supuesto”. Y para peor: “Que Irán aparezca como novena potencia nuclear va a provocar un cataclismo en la región. Y en todo el mundo también. En la comunidad internacional. Imaginate: inseguridad, desconfianza, sobresalto, puntos de vista enfrentados, políticas antagónicas”. Bush entra en pánico. Aquí nos detenemos. Es necesario aclarar algo: la historia es la historia, uno juzga los grandes acontecimientos. Pero cuando la historia se encarna en individualidades como la de George Bush uno debe pensar también en esos individuos y no sólo en los “eventos absolutos”, como Baudrillard. Ergo, digo: cuando George Bush entra en pánico no se toma los cuatro Rivotril de 2 mg que le recomendó su médico: misilea un país o lo invade y ordena torturar a los cretinos que lo habitan. Por tanto, le responde a Chirac: “¡Hay que invadir Irán!” “No –le responde Chirac, que tiene unos modales de lo más civilizados–, vea, no se puede invadir Irán”. Bush exhibe su rapidez de reflejos. Dice: “¡Un ataque nuclear terminal entonces!” “No –insiste Chirac–, eso descalabraría toda la región del Islam y los uniría, los conglomeraría, se adherirían unos con otros y todos contra nosotros”. Bush le cree y siente que así Occidente no puede vivir. Le informan, para colmo, que Putin está furioso desde que sabe que él, Bush, piensa instalar escudos antimisiles en la República Checa y Polonia, “que eran nuestras –-habría dicho–, y volverán a serlo”. Bush se toma los cuatro Rivotril y se va a dormir no bien le informan que hay novedades desde Venezuela.

Chávez es, para los norteamericanos y, claro, para Bush, a quienes los norteamericanos votaron para su segunda presidencia, y a quien, parece, sólo en Hollywood odian, una pesadilla indefinible. No podía ser de otro modo: Chávez es indefinible. Hay una foto en que se cuadra frente a Kirchner y le hace la venia bien a lo milico, que uno tiene que mirarla tres o cuatro veces para creerla. Kirchner, además, le hace un gesto paternal con su brazo derecho y le pone una sonrisa del tipo “dale, loquito, vení, que en la Argentina los tipos que hacen la venia nos costaron demasiado”. Chávez vuelve loco a Bush y a la comunidad internacional y al entero Occidente.

Qué hacemos con este hombre, se preguntan. Le hicimos un golpe basado en el deterioro de las instituciones y con gran apoyo de los grandes diarios y el hombre se salvó. Esperemos que en Argentina nos salga mejor, pero con Chávez hay que inventar algo distinto. Mientras tanto lo aguantan. Tiene petróleo. Le da un montón a Bush. Y todavía, parece, no se armó nuclearmente. Pero... lo recibió a Ahmadinejad. ¿Se dan cuenta?, clama Occidente. Chávez lo recibe a Ahmadinejad, Ahmadinejad le da armas nucleares, Putin (Rusia, entre el 2007 y el 2015, destinará 190.000 millones de dólares para armas nucleares y de todo tipo) lo apoya porque quiere otra “crisis de los misiles” y ganarla, ganar desde Venezuela la guerra que Nikita Kruschev, ese torpe, no supo ganar desde Cuba, y Occidente se encuentra con un caos nuclear desatado desde América latina, donde, por ahora, no estaba el ojo del huracán. Si ocurre eso, si el conflicto nuclear sorpresivamente se transforma en una nueva “crisis de los misiles” con centro en Venezuela, ¿qué hará Irán con sus misiles sobrantes? ¿Los arrojará sobre Israel? ¿Qué hará Israel? ¿Arrojará todo su arsenal nuclear sobre Irán? ¿Qué hará Rusia, ese adversario vencido, abatido bajo las piedras del Muro, que ahora busca venganza, que odia la sonrisa de “perfecto idiota neoliberal” que exhibe Andrés Oppenheimer? ¿Qué hará China? ¿O no saben que China puede, entre otras terribles cosas, desplegar una red de microsatélites dotados de rayos láser, capaces de neutralizar los satélites norteamericanos e inmovilizar a las fuerzas de tierra, de aire y de mar de América, que, como todos sabemos, quiere decir “Estados Unidos”? Y por último, ¿qué haremos nosotros? Qué hará usted.

lunes, 5 de marzo de 2007

El reposo del guerrero

martes, 20 de febrero de 2007

QUINO

martes, 13 de febrero de 2007

No saben como me gustaría....

...que si hay alguien allá afuera que lea mi blog, pudiera dejarme algún comentario acerca del mismo. Si bien (todavía) no he publicado nada de mi autoría, es agradable saber si, primero, hay alguien allí, y si se comparten o no la selección de textos. Se agradece. Un servidor...

Este post es para vos, que lo pediste...

Gran Hermano Gran

Por Sandra Russo

Debo confesarlo antes de que Paparazzi haga una investigación y lo descubra: desde la primera edición, soy fan de Gran Hermano. Fue el primer reality y creo que concentra todos los anzuelos, los vicios y las perversiones del género, sin llegar a los patetismos o los bordes bizarros de otros. Bueno, ser fan es una manera de decir, no recuerdo cuál participante jugó contra cuál, ni tengo habilitado el canal para seguir los movimientos de la casa las 24 horas. Soy todo lo fan que puedo ser de un reality, pero digamos que cuando se largó aquella primera edición, me atrajo el trazo grueso del juego, que consiste en ser mirado y escuchado sin interrupción.

Básicamente, Gran Hermano es un juego de exposición. Para jugar bien hay que tener carne y ponerla toda en la parrilla, aunque tal vez haya que hacerlo por partes, tal vez haya que mentir, tal vez haya que exagerar. Y unos cuantos años después de aquella primera experiencia, y ya no con los “valientes” de Solita sino con los “hermanitos” de Jorge Rial, es inevitable advertir que lo que está expuesto es el mecanismo del juego, más que los conflictos que puedan exhibir o relatar sus participantes.

Gays, huérfanos, bailarinas exóticas, prostitutas, taxi boys, maestras jardineras, desocupados, muchos mundos han confluido en esa casa en la que supo haber una vaca y un sauna de acuerdo con la temporada, y en la que ahora hay un estudiante de medicina cordobés que se autonominó porque dice que no soporta votar a los compañeros, y una profesora de educación física que resultó nominada básicamente porque “no cuenta” su historia, y hacerlo les parece a los demás una obligación “para dejarse conocer”. Los enerva tanto que la chica no hable sobre sexo ni cuente alguna experiencia traumática, que después de insultarla le siguen gritando, absolutamente convencidos de que si uno se inscribe en Gran Hermano es para exponerse.

Posiblemente tengan razón, porque si todos los participantes fueran tan discretos, el rating sin duda bajaría. No podrían hacer lo que hicieron, por ejemplo, con otra de las chicas, que en el casting confesó que había grabado un video para Playboy. Telefé y sus ediciones diarias sobre el reality mantuvieron silencio, pero como ahora la televisión trabaja en combo, Jorge Rial obtuvo el video (no debe haberse tratado ni de una gran búsqueda ni de un gran hallazgo, toda vez que la chica en cuestión parece decidida a “todo por un sueño”), y pasó en Intrusos, su programa de América, las imágenes de Griselda manteniendo relaciones eróticas con dos mujeres y un hombre.

Después del surgimiento de tres o cuatro estrellitas de Sofovich provenientes del reality, el reality en sí mismo perdió interés, porque a cada uno que entra se le leen los cálculos en la cara: todos quieren entrar al mundo del espectáculo, porque no saben hacer nada.

Pero una cosa que me llama la atención ahora, y me pasó inadvertida antes, es que uno de los resortes que hacen que ese reality funcione de todos modos, aun cuando esa casa observada durante todo el día y toda la noche ya dejó de intrigar porque observados y todo nunca están haciendo algo que valga la pena ser visto, es precisamente la ofrenda de la exposición.

A la televisión hay que mirarla como termómetro no de lo que abunda afuera, sino de lo que escasea. Y afuera, es decir en la vida real, hay una gran crisis de exposición. La gente común tiene ataques de pánico y los trastornos de ansiedad son los síntomas de la época. Si invertimos los términos, podemos decir que en la vida real, el afuera asusta, da pudor, miedo, y el contacto personal es cada vez más evitado. Hay relaciones que empiezan y terminan sin que ninguno de los dos pueda explicar por qué. Hay mucha gente que prefiere guardarse a exponerse, a bajar el cierre relámpago de su historia, a dejar a la vista las costuras de sus heridas. Ese es el afuera que mira el adentro de la casa de Gran Hermano. Esa es la gente que consume un producto pródigo en ataques de llanto. No pude evitar sentir un escalofrío de vergüenza ajena cuando la profesora de educación física, una chica preciosa y con un cuerpo bárbaro, se puso a llorar desconsoladamente en el confesionario porque por fin pudo largar eso que la atormentaba: “Tengo estrías”, dijo, y clamó por sus cremas para la celulitis.

Y también son interesantes algunas grietas, como la de esa mujer que llamó al programa de debate y preguntó si la producción cuida psicológicamente a los participantes. El conductor, Mariano Peluffo, le aseguró que sí. “¿Y entonces por qué lo pusieron a Jorge Rial, después de lo que le hizo a Marcelo Corazza?”, preguntó la mujer. Peluffo tragó saliva, porque eso forma parte de la lógica de la televisión que la televisión no puede explicarle a nadie. Como se recordará o como no se recordará, Corazza fue el ganador del segundo Gran Hermano, y lo hizo gracias a un perfil de profesor de educación física de moral barrial, que se negaba a meterse de noche en los amasijos de cuerpos franeleantes. Después de ganar, Rial le hizo trampa: le metió en el auto a un taxiboy con una cámara oculta y allí se reveló la bisexualidad del ganador que, por otra parte, ya no le interesaba absolutamente a nadie.

Lo que atrae de Gran Hermano es, de todos modos, la disposición de cierta gente para poner la cabeza allí donde se la puedan cortar. Es en general gente sin mayores expectativas que las de ligar un laburito en la tele. Para jugar, hay que ejercer cinismo, hipocresía y vileza. Cuanto mayores sean las cuotas de cada ingrediente, más hábil se considera al jugador. Hay que entregar al amigo, nominar al mejor para que deje el camino libre y despedirlo, si se va, con lágrimas en los ojos. Yo no sé, pero todo esto a mí me hace acordar de algo.

miércoles, 7 de febrero de 2007

El miedo a envejecer

"El miedo a envejecer nace del reconocimiento de que uno no está viviendo la vida que desea. Es equivalente a la sensación de estar usando mal el presente" Susan Sontag

viernes, 19 de enero de 2007

Judas

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“Estaba Jesús en el cielo reunido con todos sus discípulos, y se encontraban analizando la problemática de la droga en el mundo, y el modo en que ésta destruía la vida de muchas personas y familias. Pero como ellos nunca habían probado, no sabían realmente lo que producía. Fue así como Jesús decidió mandar a todos sus discípulos a distintas partes del mundo para que trajeran distintas clases de drogas y analizarlas...

El hijo de Dios pasó cinco días esperando. Finalmente, tocaron a su puerta.

Toc-toc-toc.

—¿Quién es? —preguntó Jesús.

—Soy Juan.

Jesús abre la puerta rápidamente y le dice:

—¿Qué trajiste, Juan?

—Cocaína de Colombia, maestro.

—Muy bien, pasá, dejala ahí.

Al rato, vuelve a sonar la puerta.

Toc-toc-toc.

—¿Quién es? —pregunta Jesús.

—Soy Pedro.

Jesús abre la puerta y le dice:

—¿Qué trajiste, Pedro?

—Marihuana de Jamaica, maestro.

—Muy bien, Pedro, pasá y dejala ahí...

Al rato, toc-toc-toc.

—¿Quién es? —pregunta Jesús.

—Soy Mateo.

Jesús abre la puerta y le dice:

—¿Qué trajiste, Mateo?

—Crack del Bronx, maestro.

—Muy bien, pasá y dejalo ahí...

Y así sucesivamente iban llegando los discípulos con heroína de Afganistán, anfetaminas de una farmacia, LSD de Holanda, éxtasis de Manchester, hachís de Marruecos, opio de China, ketamina de una veterinaria y cucumelo de Misiones. Sólo faltaba un discípulo. En eso se oyó la puerta:

Toc-toc-toc.

—¿Quién es? —pregunta Jesús.

—Soy yo, Judas.

—¿Qué trajiste, Judas?

—A la DEA, cabrones... ¡¡¡Todos contra la pared!!! Ese de barba es el jefe...

Una Iglesia de las Historias

En 1998, cuando estaba en Los Angeles para el rodaje de El club de la pelea, fui con algunos amigos al museo Getty. Todas esas antigüedades, objetos decorativos, todas las galerías de cosas observadas por turistas silenciosos, mis amigos y yo. Ese desfile sin fin de obras maestras fue demasiado. Abrumador, como puede ser abrumador pasar el día en una feria callejera cuando tus ojos encuentran un nombre para cada objeto, un lugar en la historia, una historia. Demasiadas historias famosas amontonadas en una colina sobre Los Angeles. Por supuesto, convertí ese día en un cuento. En los años ‘70, cuando era niño, los museos eran más accesibles. Uno iba a las galerías para destrozar las bellas artes. Uno tomaba un martillo y destrozaba la nariz de La Piedad. O besaba un cuadro y dejaba rastros de lápiz labial. Uno trataba de pintar con aerosol la Mona Lisa o poner una bomba para volar algunos Miró. En estos días, por supuesto, el Getty tiene guardias y Plexiglas y detectores de movimientos. Así que, paseando con mis amigos, les pregunté: “En vez de robar o atacar el arte establecido, ¿qué sucedería si un artista frustrado tratara de colar sus obras en los museos del mundo? Este artista pintaría un cuadro, le pondría un marco y cinta scotch para ocultarlo bajo su sobretodo. Llegaría aquí como nosotros, abriría su sobretodo y colgaría su trabajo en la pared, justo ahí, entre los Picasso y los Renoir”. Esta pequeña trama se convirtió en un cuento, llamado “Ambición”, y en un guión. Después envolví ese cuento de un artista desesperado por encontrar un lugar en la Historia en una novela llamada Haunted. El mes que viene, el cuento y la novela serán publicados. El 13 de marzo, el Museo Metropolitano de Arte encontró un hermoso retrato de una mujer con una máscara de gas –enmarcado en oro– colgado en la pared de su galería. El 16 de marzo, el Museo de Brooklyn encontró un retrato de un oficial del siglo XVIII que sostenía un tubo de pintura en aerosol. El Museo de Arte Moderno encontró otra pintura el 17 de marzo: esta vez era una lata de sopa de crema de tomate. El Louvre y la Galería Tate también han encontrado cuadros similares colgados de sus paredes. De acuerdo con el New York Times, todo es obra del artista de graffitis británico Bansky, que usa un sobretodo y una barba falsa cuando cuelga sus piezas entre las obras maestras. ¿Coincidencia? ¿O todos somos la misma persona mucho más de lo que queremos admitirlo? Mis pensamientos son tan similares a tus pensamientos que apenas pueden ser llamados propios. Otro se hará rico cantando en la radio sobre tu más oscura fantasía, la que mantenés enterrada. ¿Es mejor ocultar tu idea oscura y esperar que los demás hagan lo mismo, o es preferible representarla y compartirla? Cuando escribía El club de la pelea, hablaba con mis amigos sobre la idea de un proyectorista que introdujera fragmentos de porno en películas familiares. Un amigo me dijo que no la usara, alegando que induciría a la gente a salpicar todo de porno. Cuando el libro se publicó, muchísimas personas me escribieron diciendo que ya habían introducido sexo en películas de Disney, que habían meado comida en restaurantes e incluso organizado clubes de pelea. Desde hacía décadas. Aun así, ¿cuándo hacemos más daño? ¿Cuando compartimos nuestras fantasías oscuras, cuando las exploramos en cuentos, canciones o pinturas, o cuando las negamos? Las historias son la forma en que los seres humanos digieren sus vidas: convierten los hechos en algo que podemos repetir y controlar, contándolos hasta que se agotan. Hasta que ya no consiguen una carcajada, una lágrima o una sorpresa. Hasta que podemos absorber, asimilar los peores eventos. Nuestra cultura digiere hechos al hacer cada vez versiones más pequeñas del original. Después que un barco se hunde o una bomba explota –la Tragedia Original– tenemos la versión que dan las noticias, la versióncinematográfica, la versión de la radio, la versión del blog, la del videogame, la de la Cajita Feliz de McDonald’s, la del chiste de Los Simpson. Ecos que se desvanecen. Luego dejamos de contarla, como la historia graciosa que uno cuenta en las fiestas, la historia que siempre hace reír, la historia de cómo una vez tomaste un ácido y te comiste un abrigo de piel. No porque deje de hacer reír a la gente sino porque digerimos los hechos. Ya está resuelto, y contar la historia ya no le sirve al narrador. Quizá por esta razón Radiohead ya no toca “Creep” en sus conciertos. Quizá sea la razón por la que soñamos, una forma compulsiva de contar historias, de procesar la experiencia como la comida en nuestras tripas, aun dormidos. Pero las historias que tenemos miedo de contar, de controlar, de crear... Esas nunca se agotan, y nos matan. Al menos eso les digo a mis amigos cuando me hacen callar. Para no darle a la gente ideas nuevas. Esta es mi historia sobre contar historias. Mi manera de digerir lo que hago. Le digo a la gente: cuanto antes contemos una historia, más rápido podremos agotarla y convertirla en un cliché; así, la idea tendrá menos poder.Hasta el siglo pasado, las religiones solían darnos un lugar para contar incluso nuestras peores historias. Visualizar nuestras más terribles intenciones. Una vez por semana, los pecados se podían convertir en historias, y contarlas a los pares. O al líder, que te perdonaría y te aceptaría de nuevo en la comunidad. Cada semana uno se confesaba y era perdonado y recibía la comunión. Uno nunca quedaba fuera del grupo porque contaba con una liberación periódica. Quizás el aspecto más importante de la salvación sea tener este foro, este permiso y esta audiencia para expresar nuestras vidas como una narración.Pero la iglesia se ha convertido en un lugar donde la gente va a verse bien, en vez de ser el lugar seguro donde pueden arriesgarse a verse mal; estamos perdiendo nuestro foro regular para contar historias, y también la salvación, redención y comunión que permite. Ahora, en cambio, la gente va a grupos de terapia, programas de recuperación de doce pasos, chat rooms, líneas de sexo telefónico y hasta talleres literarios para convertir sus vidas y crímenes en historias, para expresarlas y corregirlas, y así ser reconocidos por sus pares. Y devueltos al redil una semana más. Aceptados. Dada nuestra necesidad de transformar en historias las partes más oscuras de la vida –sobre todo las partes más oscuras–, dada nuestra necesidad de contarles esas historias a nuestros semejantes, y nuestra necesidad de ser escuchados, perdonados y aceptados por nuestra comunidad... ¿por qué no empezar una nueva religión? La llamaríamos la “Iglesia de las Historias”. Sería un lugar de representación donde la gente podría agotar sus historias en palabras, música o esculturas. Una escuela donde la gente aprendería habilidades que le permitirían controlar su historia y, así, su vida. Sería un lugar donde la gente podría salir de su vida y reflejarse; podría distanciarse lo suficiente para reconocer los patrones aburridos o los miedos irracionales o un carácter débil, y comenzar a cambiar. Para editar y reescribir su futuro. Como mínimo sería un lugar para que la gente se desahogue y sea escuchada, y en este punto, quizá, pueda seguir adelante. Sería un foro lo suficientemente seguro como para poder verse mal y expresar ideas terribles. En la historia moderna, mucha gente frustrada e impotente se acercó a las iglesias. Durante los últimos años de segregación, la gente se encontró en iglesias y reconoció que no estaba sola. Sus problemas personales no eran únicos. Esta “Iglesia de las Historias” le daría a la gente un foro para conectarse. Tendríamos un lugar y un tiempo y un permiso regular para contarnos historias. En vez de ignorar esta necesidad o satisfacerla en Starbucks, en esa ventana de tiempo creada por un capuchino –en vez de usar una falsa barba y pegar nuestra historia en la pared de una galería de arte–, le daríamos a la gente el permiso y la estructura que necesita para reunirse. Para contar historias. Para contar mejores historias. Para contar grandes historias. Para vivir grandes vidas.

jueves, 18 de enero de 2007

Lo que sé por David Bowie

No soy bueno en nada en particular, pero intento cualquier cosa y, por lo general, obtengo resultados más o menos decentes. Pero nada me resulta fácil. Aprender a escribir canciones fue tan doloroso. Me tomó muchos años sentir que estaba en control de esa facultad. Y tuve que trabajar duro en la composición. Lo mismo me pasó con el sexo. Todo es teatro. Todo. Incluso Springsteen es teatro. Les guste o no. Es una actuación, una interpretación de algo. Eso es lo que hacemos. Todos los que estamos en el negocio de la música somos gente disfuncional, porque creemos que es importante que más de tres personas conozcan nuestras opiniones. Todos los pintores, los músicos cuando a los locos no los encierran, terminan en el mundo del arte. Porque nadie mentalmente sano necesita decirle a cientos o miles de personas en qué creen, o qué piensan. Me gusta el arte demente y, en general, la música muy extraña. Antes que tener un hit, hoy por hoy me gusta la idea de cambiar el plan de cómo la sociedad suena y se ve. Aunque ya cambié algunas cosas, siempre supe que lo haría. Eso me hace sentir bien, muy recompensado. Yo nunca usé drogas, abusé de ellas. Y no me ayudaron en la vida. Pero no puedo decir que algo en particular me haya llevado a ese estado. Bueno, nada original. Sólo las tomaba. Tenía mucho dinero, las compraba y las ingería. No estaba en este planeta. No tenía noción de lo que pasaba a mi alrededor, o de mí mismo. Tengo agujeros increíbles: se aplica la metáfora del queso suizo. A veces la gente me recuerda alguna anécdota y la anoto, para no olvidarla otra vez. Tengo sinapsis rotas que se tienen que volver a pegar. Y estoy seguro de que cuando todos los circuitos se arreglen, los recuerdos van a volver. Tuve que resignarme, hace muchos años, a que no soy muy articulado cuando se trata de explicar cómo me siento, qué siento, sobre mí y sobre las cosas. Pero mi música hace ese trabajo por mí. Creo que lo que más me asusta es la falta de interés por todo de una porción importante de la gente joven. No tienen curiosidad por lo que sucede. Nunca sufrí un bloqueo creativo. Nunca intento analizar por qué; eso podría causarme uno. Ya sea escribir, hacer música o pintar, no tengo problemas en ese sentido. Siempre está pasando algo. Probablemente se debe a que el tiempo que otra gente usa en relajarse, yo lo uso para trabajar. No me gustan las vacaciones. Siempre las tomo con cierto esfuerzo. Nunca tuve la capacidad de concentrarme en una sola cosa por un largo período de tiempo sin ponerme inquieto. Y siempre sentí que había un área del rock donde podía trabajar cómodamente usando todos mis entusiasmos. Soy un tipo entusiasta. Me excitan terriblemente las cosas que son nuevas para mí. Mis canciones son una construcción. Pocas veces tienen un significado particular o profundo. Y si lo tienen, es algo muy personal; no pretendo que la gente lo perciba o entienda. No escribo canciones para eso. Me gusta pensar que son vehículos para que otra gente interprete o use a su gusto. Son un dispositivo. Eso hago con las canciones, con el arte en general. Me interesa saber cómo trabaja un artista, pero no necesito saber “de qué se trata”. Internet es, sin duda, la forma de comunicación más subversiva, rebelde y revolucionaria desde la televisión. Cuando apareció, el propósito original de rock and roll era instituir una voz alternativa a los medios de comunicación para la gente que no tenía la posibilidad y el privilegio de infiltrarse en ningún otro medio. La gente necesitaba entonces el rock and roll, pero se ha convertido en otra divinidad giratoria. Gira en un círculo vicioso que no cesa. Y el rock and roll ha muerto. Es una vieja desdentada. Ziggy Stardust fue definitivamente una reacción a la seriedad de los años 60, y a la cualidad cenagosa en la que estaba cayendo el rock. Creo que algunos de nosotros optamos por lo opuesto. Recuerdo que en esa época dije que el rock se debía prostituir. Y todavía creo en eso. Si vas a trabajar en un prostíbulo, hay que ser la mejor puta.Una estrella de rock que se hace mayor no debe renunciar a la vida. Cuando tenga cincuenta años lo demostraré. Salgo a divertir, no me limito a subir al escenario y tocar unas cuantas canciones. No podría hacer eso. Soy el último en pretender ser una radio. Prefiero salir y ser una televisión. No me arrepiento de nada. Si miro al pasado —cosa que rara vez hago— no lo veo como un equipaje sino como alas. Mi pasado me dio una vida fantástica. Para mí ha sido una experiencia de aprendizaje increíble, y ahora he llegado a una situación en la que sé mucho menos que cuando empecé. Nadie sabe más de lo que sabe una persona joven. Yo sabía tanto cuando tenía 25 años... Tenía respuestas para todo, sabía todas las respuestas. Francamente, lo que aprendí en la vida puede ser el relleno de un condón. Que después debería ser insertado en el culo de un gato.